miércoles, 26 de agosto de 2009

No convertir el Parque Enrique Gomez Carrillo en mercado


Soy de la opinión que el Parque Enrique Gómez Carrillo, no debe ser utilizado para ubicar ventas como lo pretende el señor Alvaro Arzú, ya que es parte de la historia de nuestro país, si necesita ubicar a los vendedores informarles que ocupan gran parte de la 6ª avenida de la zona 1, debe buscarles un lugar adecuado y no convertir el parque Enrique Gómez Carrillo, conocido por muchos como “Parque Concordia”, en un mercado, ya que es uno de los pocos lugares que quedan en el país en donde muchas personas encuentran un momento de paz y tranquilidad para leer un libro o simplemente para compartir con la familia, no dañemos más el ambiente, no dejemos que el “señor” Alvaro Arzú siga modificando el centro histórico de la ciudad a su sabor y antojo.

Para muchos que no conocemos quien fue Enrique Gómez Carrillo, a continuación parte de su biografía la cual me pareció muy interesante:

Enrique nació, el 27 de febrero 1873, la familia alquilaba una vivienda ubicada en la 12 calle, entre 3a. y 4a. avenidas, frente a la cual se erguía, soberbio, el hotel Palace, uno de los más lujosos de la época. El biógrafo Juan Mendoza anota que doña Josefina Tible era descendiente de inmigrantes belgas y “poseía una buena cultura, superior, su belleza era escultural, con cierta levadura de tipo francés: el pelo rubio y los ojos azules”. Fue ella quien llevó a Enrique al internado del Instituto Central para Varones, en un intento por disciplinar a aquel muchacho, que ya había sido expulsado de tres colegios. Él mismo escribiría, tres décadas después, que las esperanzas parecían perdidas: “Si alguien me hubiera dicho entonces: tú has nacido para escribir, para pasar horas y horas sentado ante una mesa, para velar noches y noches
Don Agustín le preguntó un buen día qué iba a hacer con su vida, y Enrique le dijo que quería ser comerciante. Tenía unos 15 años cuando empezó a trabajar en el almacén La Sorpresa, propiedad de un andaluz, Ángel González. Allí, según Mendoza, Enrique se enamoró la primera de muchas veces. Ella era Eda Christensen, dama cuarentona, esposa de un diplomático, con quien nada pasó porque ella le echó en cara su condición de muchacho pobre. Quizá ese haya sido el acicate para que el cisne —literalmente— se echara a volar.
En 1889, Gómez Carrillo publicó una afilada crítica a José Milla, considerado un autor intocable hasta entonces, la cual le ganó reputación de escritor. Aquel mismo año dejó de ser tendero para pasar a ser el corrector de pruebas de imprenta del diario El Guatemalteco. De allí pasó a la redacción de La Opinión Nacional y más tarde a El Correo de la Tarde, fundado y dirigido por otro nicaragüense: el laureado Rubén Darío, amigo cercano del presidente Manuel Lisandro Barillas, a quien pidió una oportunidad para el joven Enrique.
Barillas, en 1889, le dio a Gómez Carrillo una beca para estudiar en Europa. Zarpó en febrero de 1891. Iba a Madrid, pero sería París la ciudad que hechizaría su corazón. Empezó a escribir crónicas y ensayos para varios periódicos. En 1892 publica su primer libro: Esquisses, que reúne algunas semblanzas de escritores famosos de la época y que fue muy bien recibido. A partir de ese momento, su fama no haría más que subir, y sus crónicas de viajes, de impresiones y entrevistas empezarían a multiplicarse, en ediciones y traducciones. A la fecha se han contabilizado unos 87 libros publicados, aunque algunos consideran que hay más. Sus viajes por el Viejo Mundo, con vívidas descripciones y emotivos pasajes, lo llevaron a ganar el sobrenombre de “Príncipe de los Cronistas”.
Enrique Gómez Carrillo, sólo volvió a Guatemala en dos ocasiones y por muy poco tiempo: 1895 y 1898. El presidente Estrada Cabrera lo nombró cónsul de Guatemala en París, lo cual generó una mala opinión de él, incluso después de la caída de dicho gobierno en 1920. “Sabía muy bien que en Hispanoamérica, con excepción quizá de Argentina, no despertaba las más cordiales simpatías. Lo dicen sus cartas, lo afirman sus partidarios y se lo repite su corazón a cada instante”, afirmó el escritor Amílcar Echeverría en un ensayo biográfico ganador en 1973 del Certamen Permanente 15 de septiembre, en el cual registra que el presidente argentino Hipólito Irigoyen nombró a Gómez cónsul de aquella nación en Niza, ciudad donde Enrique compró una casa frente al mar.

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